Sentada frente a mi, su hombre sentado al lado suyo, acaba de pronunciar esta frase: “¡Mire, doctor, queremos tener un niño, y no viene!”
Su voz es casi segura, pero algo, minúsculo, en la entonación, en la respiración un poco corta, en su cuerpo un poco tensionado, dice ya la gravedad de lo que se trama detrás de estas palabras en apariencia tan simples y sin embargo tan pesadas puesto que debió tomar todo su aliento para decirlas.
Sus ojos buscan a veces a los míos o los evitan según el instante. Los míos hacen lo mismo. Pienso al mirarla: “¡De qué sirve parecer segura cuando eso la estremece en el fondo!”
En un momento, la próxima vez quizás, al rodeo de una palabra, las lágrimas van a subir de su corazón hasta sus ojos, a desbordarse como algo demasiado lleno que se vacía, como un embalse que cede por fin bajo la presión. Una mano vendrá a ponerse sobre la suya, la de su hombre sentado su lado. El oye su desamparo que también es el suyo, y ha encontrado este gesto para proporcionarle un poco de la fuerza que se agota.
Y luego vamos a hablar de la fecha de su menstruación, del tiempo pasado desde la interrupción de su contracepción, de los espermatozoides, de las trompas, de su edad, qué se yo, de todo lo que concierne en apariencia a esta infertilidad.
¿Pero cuándo hablaremos de lo que nubla sus ojos?, ¿cuándo hablaremos de lo que les hizo venir hasta mí?, ¿del dolor de no poder quedar embarazada, de esta dolorosa ausencia tan presente? Como lo dice Cabrel en una de sus canciones :”las personas ausentes tienen esto de fastidioso, que siempre giran antes sus ojos”… o en el corazón.
¡Me gustaría jurarle que va a quedar embarazada, que el embarazo va a llegar, prometerle que por fin lo tendrán en los brazos a este niño tan esperado, que podrá decirle sus palabras de amor puesto que es de amar de lo que se trata!
Si, frente a lo que me piden, me estremezco un poco también. Querría asegurarles que vamos a encontrar la solución, que por lo demás creo, y me digo en mi interior que voy a hacer todo lo que puedo. Pero no tengo la absoluta certeza de lograr lo que desean y lo que viene depende más de ustedes que de mí.
¡Hablaremos también de esperanza, de suerte, pero también de obstáculos, de dificultades, de imposibilidades a veces! Indiscutiblemente, como a ustedes no me gusta ese término, implica la derrota que va a separarnos, dejándome solo con mi medicina a veces impotente, y a usted, sola con su desarraigo.
Y luego para ser muy franco no creo en eso, no creo ya en a esa palabra “imposibilidad”. Es una palabra para los que bajan los brazos, para los que no creen ya en la vida, pero la vida es mucho más vasta que este “pedacito”, este niño que tanto esperan.
Lo que creo, lo que sé, es que la mujer sabe construir la vida, para llevarla, protegerla mucho mas que el hombre. Entonces cómo pudiera uno no temblar si esta promesa depositada en lo mas profundo se negara a cumplirse a pesar de sus esfuerzos, a pesar de nuestros esfuerzos? ¿Cómo no temblar frente de este medico que soy, que parece tan poco entender el inmenso campo de batalla que reina al interior de usted y que le hace temblar tan fuerte, a veces hasta las lagrimas?
Por supuesto la técnica puede mucho por usted, es verdad, pero no lo puede todo. Va a devolver a veces el orden en una ovulación episódica, favorecer el encuentro de los gametos que no se lograba, y así si el hijo se anuncia, transformar esas lágrimas que amenazaban desbordarse de sus ojos, en alegría que inunda mucho más lejos que todo alrededor.
¿Pero si no se puede hacer nada, si el hijo se elude, qué será de usted?